domingo, 2 de mayo de 2010

El Cazador

Tenía sed, llevaba cuatro horas bajando de la montaña bajo el agotador sol de junio cuando me quite el morral, pidiendo una cerveza desde el mostrador: me llamo la atención, estaba dispuesto a todo lo largo del salón, en una sola pieza de un tablón del árbol de un Samán, mejor deme un vaso encerado ordene, llevándose el de vidrio, tomé. Está fría, debe estar en el perco desde la noche anterior, pense. Volvió con una botella de ron, era temprano, lo rego a todo lo largo de la madera, ahuyentándole las moscas, lo fricciono, dejando notar su oficio de muchos años, Expidiendo toda la barra un agradable olor. Sonaba la canción “Amanecí En Tus Brazos “de José Alfredo Jiménez.

Amanecí otra vez
Entre tus brazos
Y desperté llorando
De alegría
Me cobijé la cara
Con tus manos
Para seguirte amando todavía.

Pidió unas perdices en salsa. Para llevar. Por favor, dijo. Se paro justo a mi lado. Su perfume sobre su piel canela me embriago el cuerpo en bajas pasiones. Le corrí con la mirada desde el trasero hasta los pies. Quise decirle algunas palabras, conocerla, deslizarle mis manos sobre el entallado vestido. Quise hacerle sentir que yo estaba ahí. A su lado. Que me gustaba que no tuviera el alma rota y quería hacerla mía. Ignoraba mi presencia. Recorrió con la mirada la colección de botellas y latas de las primeras fabricadas en el país, dispuestas en las repisas. Pensé en brindarle una cerveza para así hablarle. Una cerveza ¡no!, me dije. Es como muy ordinario, se podría molestar. Pase la mano por la cara para cerciorarme si aún seguía rasurado. Me mire las uñas para darme tiempo en que pensar. Mejor callo me dije, escondiendo la barriga. Miro al piano, separándose de la barra se dirigió a él, le paso la mano por una esquina, como queriéndolo acariciar. Dirigiéndose al que aún trapeaba la barra, le dijo: ¡me permite!, Por supuesto señorita no faltaba más. Ajustando el banco al cuerpo se sentó: corrió los dedos sobre el teclado haciendo un gesto afirmativo, para así ejecutar magistralmente una de las piezas más emblemáticas de Beethoven, “Para Elisa”. El salón quedo en silencio. Los pocos que estábamos aplaudimos, le quedamos mirándola. Sus ojos verdes esmeralda se detuvieron sobre mí, alterando aún más mi nerviosismo. Bajando del taburete camine, estrechándoles las manos, las bese, sonrió, a lo que yo excitado no se dé que cosa, Porque en todo la sentía bella. Le pedí que me acompañara en el piano, “Paloma Querida”. Es una ranchera le deje saber, no la sé, me dijo, a capela le fui dando la música, a lo que rápidamente retomo la melodía y le cante:

Por el día que llegaste a mi vida
Paloma querida, me puse a brindar
Y al sentirme un poquito tomado
Pensando en tus labios me dio por cantar.
Me sentí superior a cualquiera
Y un puño de estrellas
Te quise bajar.
Pero al ver que ninguna alcanzaba
Me dio tanta rabia que quise llorar
Yo no sé lo que valga la vida,
Pero yo te la quiero entregar:
Yo no sé si tu amor la reciba,
Pero yo te la vengo a dejar.

Realmente Felicia Maltesse se las traía tocando el piano, desde muy joven estudio en uno de los mejores colegios para señoritas en Paris. Aparte de sus idiomas materno y paterno hablaba con mucha fluidez el Ingles y francés. Había sacado el cruce genético de una negra Barloventeña y un pescador del mar de Liguria al norte de Italia. El enamoramiento se me subió rapidito al cuerpo, realmente estaba ante una hembra exótica de labios gruesos y piel canela, amén de sus ojos verdes esmeralda y muchos otros atributos que por celos no les he querido confesar. Dos cerbatanas bien fría pedí. Cantábamos muy emocionados cuando el trapeador que ahora barría, señalando hacia el morral pregunto. ¿Que llevas ahí? las moscas lo están revoloteando. Son dos lapas le dije, están frescas. Las tire en la madrugada. ¿Cuánto quieres por ellas? dame 640, son 16 kilos a bs 40 c/u. Vamos a redondear eso en 500 me dijo. Okey ésta bien. Llevándose el morral a la cocina. No estuvo mal la inesperada negociación, andaba corto de dinero y aún más con el encuentro furtivo con Felicia. Comimos de sus perdices, del bolsillo saque un envoltorio de papel con huevas de pescado, que es eso pregunto, huevas de mero saladas y deshidratadas, las tengo preparadas cuando subo a la montaña. Pruébalas te van a gustar acercándole una en la boca, oye me dijo son rete ricas, mejor si luego te tomas la cerveza, afirmo. Esa es la idea le conteste, ¿qué haces en la montaña comiendo solo esto? también preparo otros alimentos, llevo bollitos de maíz y otros de ñame, también casabe. Pero cariño! no mes has dicho que haces en la montaña, dándome un pedacito de pan en la boca, ¡Soy cazador le dije, cazador, repitió, si cazador afirme y ese es tu trabajo, por los momentos si! asentando con un gesto, Felicia entre su melosa curiosidad me interrogaba, cómo es eso de que subes a la montaña y cazas, que cazas? Lo que pase por el veladero y se coma, eso es de día o de noche. Pregunto, hay que estar en la troja encaramado, de día te pueden bajar los báquiros, venados por la quebrada y de noche las lapas o los picures, vienen por el cebo. ¿Cuando me vas a llevar? Tomándose con picardía un sorbo de la cerveza.

Primer cuarto menguante, había agrandado la troja protegiéndola con un plástico, la luna trae agua, señalo levantando el brazo. El relámpago persiste dejando ver el desnudo cuerpo, uno, dos, tres… quejidos y al final vuelve a su tenue respirar, la selva calla: Rozna el tigre, no temas le dije, ésta noche no hay peligro de ser nosotros su comida su hembra está en celo y sus roznidos son simples habladurías de amores. Lo que viene es agua, pronuncie, acurrucándose entre mi cuerpo y quedarnos dormidos.

Dos cervezas. Pidieron al que trapeaba la barra. Y el piano! interrogando al compañero, se lo llevaron ayer, estaba encantado, como es eso de que estaba encantado!, sonaba solo en las mañanas como a ésta hora según oí decir, cuéntame quien lo encanto? Repentinamente desde el fondo del BAR sé escucho un piano acompañando ésta canción:

Por el día que llegaste a mi vida
Paloma querida, me puse a brindar
Y al sentirme un poquito tomado
Pensando en tus labios me dio por cantar
Me sentí superior a cualquiera
Y un puño de estrellas:
te quise bajar
Pero al ver que ninguna alcanzaba
Me dio tanta rabia que quise llorar

Yo no sé lo que valga la vida,
Pero yo te la quiero entregar:
Yo no sé si tu amor la reciba,
Pero yo te la vengo a dejar.-

Arriba en la selva nublada de Rancho Grande, por donde solo caminan los conocedores. Al pie de un inmenso árbol conocido como el Niño. Se lee en una placa: A la memoria de nuestra querida hija Felicia Maltese. Quien siguiéndole las huellas a un cazador. Se quedo aquí para siempre. Sus padres.-

Selva nublada de Rancho Grande. 14 de oct. De 1.973.-

1 comentario:

  1. este cuento del Cazador yo no lo conocia y diria que es uno de los mejores que he leido.

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