A orillas del hospital central de Maracay, una mujer regordeta y joven, levanta la mano, ordenándome detenerme. La acompaña un señor, deduzco sea su padre por los cuidado y atenciones que ella le profesa. Con su voz en difícil coordinación me hace entender sus muchos días en el nosocomio y hoy lo habían dado de alta. A donde lo llevo maestro, le interrogue, ¡Al terminal ¡ me apunto la mujer. Siguiendo la marcha en el intenso calor de la ciudad. Le pregunte: es de Apure verdad? Si de Palmarito, me respondió. Le dije, de allí es El Carrao, (Juan De Los Santos Contreras) , así es, éramos primos. Gano varios certámenes musicales aquí en Maracay, recordaba la acompañante. Al despedirse me dijo llamarse Carmen María. Y en el momento oportuno al bajar, compartió su collar de larga pesadumbre, al decirme que lo llevaba a morir a su pueblo, a Palmarito, el cáncer se estaba comiendo vivito a su Papa. Son 15. B f, le dije, ya en la puerta del terminal de pasajeros.
En Mata Seca (El Limón). Dos agraciadas jóvenes, a. Lo lejos levantan las manos. ¡Señor, señor. Al aeropuerto de Valencia, por cuanto nos lleva y nos trae, pregunto la de más edad. En total cuantos vienen de regreso, le inquirí. No! Solamente mi mama y mi hijo. Si es normal el viaje, y sin demora, se los hago por 200 B, f, les hice saber. ¡Ay pero necesito se pare en una floristería y también en una tienda para comprar unas baterías para mi cámara. Coño! Pense: éstas ya se creen que yo soy el guevonote de su marido. Ya sobre la autopista con las compras hechas, la cola vehicular se desplaza lentamente bajo el inclemente sol de las dos de la tarde. El aire lo llevo full, el radio deja oír una canción de José Alfredo Jiménez, me es fácil identificarla: “Alguien Como Tú “ y la canta uno de los Fernández. La carajita a mi lado descubrió el espejo con luces en el envés del tapa sol y desde entonces no ha dejado de mirarse, de repente la misma pega un grito: parese aquí, por lo que Ud. Más quiera señor? Y para que quiere detenerme?, es que me quiero tomar una foto con esos caballos. Ah los caballos de frijolito, le afirme. Si, si. Con esos! Ya con las damas y entre las esculturas de los caballos, hacia el papel de fotógrafo y no sé de qué vaina mas. Al fin en el Arturo Michelena. Un aeropuerto más lejos que esperanza de pobre, donde aparte del precio del boleto, te cobran 27 Bf, por viajar dentro del país y la gente los paga sin chillar, con tal de ponerle la pata al avión. Entre Whiski y Whiski, el que guardaba para mis treinta años de casados. Ya era uno más de la familia de las afro-europeas, más buenas que comer con las manos y con un futuro asegurado por el trasero que se gastaban. Al final de la tarde llega el tan ansiado avión de Margarita, ha casi de terminarnos la botella, ya todos éramos gritos de emoción y alegría, sin olvidar mis confianzudas nalgaditas. Los abrazos, besos y saludos, fotos, muchas fotos, y ahora yo sola con Oscar Alejandro, me decía Shirley, también una con su abuela Tata, ahora con todos. Una al pie de un mural con el fondo aéreo. Ay mami conoce a ……Virgilio: pronuncie rápidamente, besando y abrazando a la que estaba mejor que las hijas. (se desayuno Lázaro) me dije entre mi. Que si me pagaron? Claro que me pagaron y hasta un hervido de sobre Maggi en casa de ellas en Mata Seca deglute. Ya de vuelta a casa, esa noche bajando del Limón pensaba: En mis muchos años como taxista nunca he llevado a nadie a la terminal autobusera a recibir a despedir a ningún familiar, amigo etc. Venga de donde venga, mucho menos con flores y la consabida cámara digital.-
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